Por
Sandra
Beatriz Ludeña Jiménez´*
Hoy hace cien años (algo
menos, algo más), desde 1914 y sus noches oscuras interminables en
medio de la Primera Guerra Mundial y aunque la historia se haya
acomodado plácidamente a la sombra del olvido, el genocidio armenio
es una frase grave, una verdad que aun sangra, una herida abierta en
la historia de la humanidad.
Las referencias
históricas, indagadas por la pupila del mundo, detrás de cada día
de estos cien años, manifiestan que los armenios habitaban
territorio turco pero también en tierras rusas, por esta razón en
1914 cuando ardía la guerra entre Alemania y Rusia, los turcos
impetuosos dispusieron que todo varón armenio que habitara en
Turquía, se enlistara en las tropas del Imperio Otomano, para luchar
junto a Alemania contra la amenaza zarista. Sin embargo, en el
ejército enemigo del zar, estaban los armenios rusos, por lo que
aquellos residentes en Turquía, que integraban el ejército Otomano,
se negaron a tomar acciones contra los mismos armenios que estaban en
el ejército enemigo.