Varias veces he colaborado con Vegamedia con artículos relacionados con el Genocidio Armenio, como con otros medios de comunicación de Argentina y de distintos lugares del mundo, porque creo que es un deber colaborar con la difusión de este tema, e involucrarnos en la lucha contra el negacionismo con las armas que tengamos y como podamos. Pero también siempre he intentado darle una mirada novedosa al tema, en lo posible. Algo que aporte algo nuevo. Sobre todo cuando está destinado a armenios, que conocen de sobra la historia del genocidio y también la del negacionismo turco.
Por eso ahora quiero escribir sobre la actualidad, más allá del negacionismo. O mejor dicho, de los cómplices del negacionismo, los que cínicamente vuelven a permitir las aberraciones que sigue cometiendo el gobierno turco. En 1915, el Genocidio Armenio no hubiera sido posible sin la complicidad del mundo, basada en la indiferencia. Nadie puede alegar que no sabía, como quedó demostrado en los trabajos y advertencias del embajador Henry Morgenthau.
Del mismo modo hoy, cuando estamos recordando el centenario del Genocidio Armenio, el negacionismo turco no sería posible sin la complicidad del mundo, basada en su indiferencia o, peor aún, en sus cínicas conveniencias. Nos hablan de la real-politik, que no es otra cosa que la hipocresía y el cinismo de los que manejan el mundo. Turquía es un país demasiado importante para los intereses económicos y políticos de Israel, Europa y, sobre todo, Estados Unidos. Entonces, -piensan los poderosos- no hay que enemistarse con Turquía, y que los armenios sigan con sus conferencias, sus libros, sus artículos periodísticos, sus obras de teatro, su dolor.
Todos los presidentes de Estados Unidos, antes de serlo se llenan la boca hablando del Genocidio Armenio, para captar el apoyo de la influyente comunidad armenia (principalmente afincada en la Costa Este y en California) a sus campañas electorales. Pero después, cuando ocupan la Casa Blanca, se arrodillan ante la República de Turquía, por miedo y también por conveniencia, ya que Ankara es uno de sus brazos imperialistas en Medio Oriente. Esto incluye, por supuesto, al Premio Nóbel de la Paz Barack Obama, que en estos momentos está bombardeando y masacrando civiles en Siria y en Irak.
Hoy, a 100 años de una de las aberraciones más grandes que sufrimos como género humano, el genocidio está a las puertas de repetirse contra los armenios, en todo el norte de Siria y principalmente en la histórica ciudad de Alepo. Hace 100 años, los armenios eran llevados a la fuerza en interminables deportaciones masivas hasta los desiertos de Der Zor o hasta la eterna Alepo. De los que tuvieron suerte de sobrevivir a esas verdaderas caravanas de la muerte, algunos se quedaron allí y adoptaron a Siria como su otra Patria, además de la Madre Patria, la siempre recordada Armenia ancestral. Los que sobrevivieron a esa verdadera solución final del triunvirato de los Jóvenes Turcos, empezaron a rearmar la comunidad armenia que había existido desde siempre en Alepo, y esa comunidad se rearmó y creció, primero bajo el mandato francés y luego con la independencia de Siria.
En las últimas décadas, la relación de los casi 100 mil armenios de Siria (la mayoría asentada en Alepo) con Hafez Al Assad primero y con Bachar Al Assad después, no ha sido especialmente conflictiva. Los gobiernos del Partido Baaz establecieron en Siria un régimen laico que garantizó la convivencia pacífica de las distintas comunidades étnicas y religiosas. Esta circunstancia conspira contra los armenios y abona el odio de los terroristas islámicos radicales que hoy se enseñorean de esa parte del norte de Siria. Consideran a los armenios de Alepo como “colaboracionistas” y hacen que vuelvan los fantasmas del genocidio de hace un siglo. Justamente en Alepo, donde los árabes fueron solidarios y salvaron a centenares de armenios de las garras de los turcos. Hoy, otros árabes, musulmanes sunnitas, amenazan a los armenios con un nuevo exterminio, usando como excusa una religión que en ningún momento avala las atrocidades que están cometiendo.
Desde que estalló el conflicto que ya se ha cobrado 200 mil muertes, los armenios están intentando hacer lo mismo que hicieron en los ’80 durante la guerra civil de El Líbano, cuando se recluyeron en sus barrios de Beirut y trataron de no involucrarse, sólo defendiéndose entre ellos. Pero en Alepo no lo han logrado y su situación de vulnerabilidad hace aparecer inevitablemente el terror de que se repita la experiencia de hace 100 años.
Hoy ven su ciudad destruida, la hermosísima Alepo (patrimonio cultural de la Humanidad) en ruinas, ocupada por una banda de terroristas que se hacen llamar Estado Islámico. Como hace 100 años, se ensañan con los cristianos armenios, y en nombre del Islam los persiguen, los torturan, los flagelan, violan a las mujeres o las venden como esclavas, entierran vivos a los hombres o, en el mejor de los casos, masacran a poblaciones enteras. Los barrios armenios son blancos especiales de los terroristas, como el barrio de Nor Kiugh, la iglesia de Zvardnordz y el dispensario de HOM.
Como vemos, el peligro de nuevas prácticas sociales genocidas contra el pueblo armenio ya es más que una simple posibilidad. Pero como siempre, hay que evitar caer en el pensamiento mágico de reducir todo a monstruos inhumanos. Hace 100 años todo fue culpa de tres personas: Tallat Pashá, Enver Pashá y Djemal Pashá. O a lo sumo de los dirigentes del gobierno de los Jóvenes Turcos y luego de Kemal Atatürk, continuador del genocidio. Hoy, la culpa es de estas caricaturas de terroristas que asolan el norte de Siria y gran parte de Irak. Caricatura por lo grotescos (vestimentas, actitudes, simbología, banderas negras, comunicados, etc.) pero no por lo anecdóticos. No son ninguna anécdota las miles y miles de víctimas de este grupo. Es una realidad perversa, pero con una estética y una difusión propia de Hollywood. Y no estamos tan errados, porque Hollywood y el Pentágono casi siempre se ponen de acuerdo en los planes a futuro. De hecho, el Estado Islámico es un invento estadounidense.
Surgió en Irak luego de la invasión de George W. Busch y el derrocamiento de Saddam Hussein, un líder cuestionado por muchos motivos, pero cuyo régimen secular mantenía a Irak estabilizado y con él a la región. Luego de derrocar su régimen, los estadounidenses, que casi nunca entienden nada de los pueblos a los que invaden y castigan, dejaron a Irak, un país de mayoría sunnita, en manos de un gobierno chiíta. Ese error (¿error?) fue el caldo de cultivo para que se engendrara este grupo terrorista.
Pero todo se potenció en Siria. Ya con el gobierno de Barak Obama, Estados Unidos empezó a actuar indirectamente en Siria. Los grupos de presión del complejo tecnológico militar industrial comenzaron a presionar al poder político para conseguir su “guerra permanente”, fuente de negocios multimillonarios. Obama mostró entonces una obsesión contra el presidente Bachar Al Assad, un poco para complacer a sus patrones del negocio de la guerra, un poco para seguir el juego geopolítico del Pentágono, que apunta a Siria pero por elevación tiene en su mira a Irán y Rusia, aliados de Damasco.
Pusilánime y obsecuente del poder financiero y económico, dio vueltas y vueltas, estuvo a punto de atacar directamente a Siria hace un año, pero finalmente no se animó por miedo a Putín. Entonces optó por una estrategia más perversa, la tercerización de la guerra. Contrató a mercenarios y a terroristas del Frente Al Nusra, ligado a la red Al Qaeda, para voltear al gobierno de Al Assad. Y para eso utilizó a Arabia Saudita y a la República de Turquía.
A través de estos dos países, Washington inventó, financió, armó y potenció a los terroristas que luego se sintieron fuertes y bajo la denominación de Estado Islámico, ocuparon de facto un vastísimo territorio entre Siria e Irak.
¿Fue un error? ¿O más bien fue la demente estrategia de crear un problema para luego “vender” la solución? El problema es que este problema conlleva la muerte de miles y miles de inocentes. Y la solución también, porque en los últimos días, Obama ha desatado su ofensiva que consiste en bombardear a mansalva, dejando lo que ellos llaman “daños colaterales”, y que nosotros llamamos víctimas inocentes.
Es decir, los armenios que no son degollados o enterrados vivos por los terroristas del Estado Islámico, tienen que esquivar los ataques de los nuevos cazas y bombarderos estadounidenses, o de los barcos que torpedean desde el Mar Mediterráneo.
Muchos de ellos están optando por irse, abandonar sus casas casi con lo puesto, para salvar la vida. Como tuvieron que hacer sus abuelos o bisabuelos hace 100 años. ¿Adónde van hoy los armenios de Alepo? No saben, a cualquier lado. Adonde pueden. Algunos a El Líbano, otros a Turquía, a meterse de nuevo en la boca del lobo. Otros a Estados Unidos si es que pueden.
Yo estoy en este momento en Estados Unidos, dando clases en la Universidad de Wisconsin. Doy un curso sobre delitos de lesa humanidad y genocidios, en el que incluyo por supuesto el Genocidio Armenio. El curso dura tres meses y estoy con mi esposa de origen armenio y mis dos hijas. Que por supuesto, también son armenias.
Argentina, nuestro país, es un país de inmigrantes. Un país que siempre recibió y hoy sigue recibiendo a hermanos de todo el mundo. Entre la segunda mitad del siglo XIX y la segunda posguerra mundial llegaron principalmente españoles, italianos, judíos, árabes, franceses, alemanes, polacos y ucranianos, entre otros. En las últimas décadas en cambio, llegan a la Argentina inmigrantes de otros países sudamericanos, sobre todo chilenos, peruanos, bolivianos, paraguayos, uruguayos y brasileros, entre otros. Pero también la crisis en Europa está haciendo que veamos nuevos inmigrantes españoles.
Sin embargo, los 100 mil armenios que viven en argentina, no son descendientes de inmigrantes, como los nietos de todos los anteriormente nombrados. No, son muy distintos porque distinta era la condición con la que llegaron sus abuelos. Los armenios no eran inmigrantes como los otros. Eran refugiados. Refugiados del primer genocidio del siglo XX. Del cual se están cumpliendo 100 años. Y por eso, sus hijos, nietos y bisnietos también son refugiados. Y podrán seguir pasando las generaciones, y seguirán siendo refugiados. Mis hijas Aní y Nuné son pequeñas, y espero que les toque una buena vida en Argentina, su país. Pero por más que sean muy felices, siempre serán también armenias, además de argentinas. Y serán refugiadas, hasta que el mundo no deje de lado su complicidad hipócrita, su indiferencia asesina. Hasta que la República de Turquía no reconozca su pasado genocida. Hasta que no haya una reparación histórica y también civil para el millón y medio de armenios víctimas del primer genocidio de la historia.
Siempre recordamos aquella frase atribuida a Adolf Hitler que hacía alusión a que nadie recordaba en 1939 las masacres de armenios. Esa impunidad daba lugar a la repetición de la tragedia.
¿Quiénes son los que hoy piensan y actúan como Hitler, apelando a la indiferencia, a la amnesia o a la desinformación del mundo? Son los que han creado este nuevo Frankenstein llamado Estado Islámico, que está a las puertas de perpetrar un nuevo genocidio contra los armenios. Con persecuciones, deportaciones masivas, violaciones sistemáticas de mujeres, degüellos, enterramientos de personas vivas. Con exilios forzados y nuevos refugiados.
Y el punto de partida de esta nueva tragedia para la armenidad es justamente Alepo, el punto final de aquel genocidio de hace 100 años. Cual cruel paradoja de la historia.
Los culpables son los mismos de siempre.
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