Freddy D. Astorga, escritor chileno
Quiero llevarlos a una pequeña reflexión cuando estamos a las puertas de la conmemoración de cien años de un hecho que aún causa controversia y levanta escudos de excusas y justificaciones a su alrededor.
Para nosotros, los escritores noveles, es común sitiarnos en el tiempo donde la realidad se detiene y las palabras fluyen para contar una historia que acontece en algún lugar de la imaginación. Aun cuando el relato tratara de alguna experiencia de la vida real, las palabras lo hace parecer como si estuviéramos contando una leyenda o un suceso que solo es factible en los libros.
Ya sea de romances o dramas, suspenso o aventuras, las frases construyen un mundo al cual el lector accede desde la imaginación y es por ello que lo llamamos ficción. Pero también usamos ese término cuando algo es extremadamente lejano o imposible de suceder o de haber sucedido.
Tierras fantásticas, seres inter espaciales, viajes cósmicos y criaturas nunca vistas conforman habitualmente esa realidad ficticia. Exponentes hay muchos en torno a estos temas y en no pocos casos la realidad parece alcanzar a la ficción y ya no nos sorprenden, los viajes al espacio, las naves submarinas o los robots autónomos.
Lamentablemente tampoco nos va sorprendiendo, los rumores de guerras, estallidos de bombas, asesinatos y situaciones que pasan en la vida diaria, a la cual nos habituamos y decidimos alojar en nuestra vida como algo “normal”. Pero lo más dañino es negar que estas cosas pasen en nuestras sociedades o que sucedieran en el pasado de nuestra historia. Por eso cuando se menciona la palabra “genocidio” u “holocausto”, nuestra memoria se limita a recordar lo ocurrido en los años de la segunda guerra mundial y en particular al pueblo judío. Pero no está almacenado en nuestra memoria, nada que nos hable del genocidio armenio acontecido a inicios del siglo XX. Es como si esos hechos nunca hubieran sucedido o que se tratara de alguna situación menor y de poca importancia.
Por eso lo invito en esta reflexión a dar una mirada a ese evento y sembrar en usted, lector, el interés por conocer más de él. Deseo motivarlo a excavar en los rincones de nuestra historia mundial y aprovechar la tecnología que hoy nos permite traer a nuestra vida información que parece perdida en el tiempo. Casi cien años atrás una decisión política, religiosa o quizás hasta personal de un gobernante, selló el destino de miles de armenios que debieron enfrentar cara a cara a la muerte por el sólo hecho de pertenecer a un pueblo diferente. Fueron obligados a dejar atrás su vida, obligados a caminar por la cuerda floja del destino, directo a una muerte segura.
Si dijésemos que el genocidio armenio nunca ha sucedido y que lo que se ha dicho no tiene la gravedad como para tildarlo de genocidio; lo trasladaríamos al plano de la ficción y todas las imágenes, los relatos, las experiencias y las consecuencias de lo acontecido se desvanecerían hasta convertirse en polvo que se lleva el viento. Pero la ficción esta vez es alcanzada por la realidad y lo que se ha intentado ocultar, minimizar y olvidar, sigue estando marcado en los calendarios de los descendientes de quienes lograron sobrevivir.
No intento levantar un tribunal de juicio, ni señalar con el dedo a los responsables; ya que en cada región y en cada país hemos vivido hechos de violencia, golpes de estado, matanzas y guerras que nos han marcado. Sólo intento decirle que no volvamos ficción una realidad y que no olvidemos las historias que nos han marcado como sociedad. Pero con mayor fuerza quiero decir a los líderes, que tengan el valor y la entereza de pedir perdón; aunque no hayan sido ellos, los actuales líderes de las naciones, los responsables de lo sucedido.
Ojalá nuestros gobernantes pudieran pedir perdón por lo que hicieron otros antes que ellos y al mismo tiempo, nosotros los ciudadanos del mundo, pedir perdón por permitir que haya quedado en el olvido ese acto contra la humanidad. No importa quien haya sido el responsable final de toda la situación armenia, no se necesitan justificaciones para lo injustificable. Sólo lo invito querido lector, a conocer, a reflexionar y a perdonar; porque sólo a través de esos actos nos hacemos más grandes, mejores personas y sanamos nuestra tierra, nuestra nación y nuestro espíritu.
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