“Tú, un extraño, alma gemela,
que dejas atrás el camino de la dicha.
escúchame.
Sé que tus pies inocentes todavía están mojados
con la sangre de los tuyos.
Manos extranjeras han venido y te han tirado
la rosa sublime de la libertad,
que finalmente brotó de los dolores de tu raza”.
escúchame.
Sé que tus pies inocentes todavía están mojados
con la sangre de los tuyos.
Manos extranjeras han venido y te han tirado
la rosa sublime de la libertad,
que finalmente brotó de los dolores de tu raza”.
ADOM YARJANIAN (SIAMANTO), “Llanto”.
I
Soghomón
Tehlirian se despertó con un terrible malestar. Había sufrido
pesadillas, temblores y sudoración durante toda la noche. “Espero
no desmayarme hoy”, pensó. Si la sensación persistía iría al
consultorio del Dr. Kassirer. Se sentó en el borde de la cama y
mientras se vestía comprobó que también le aquejaba el estómago.
Se dirigió al comedor y saludó a la Sra. Tiedman, la dueña de la
casa, que le sirvió una taza de té. Antes de beberlo le agregó una
medida de cognac pensando que eso lo aliviaría. La casera se
sorprendió porque nunca lo había visto beber, pero no dijo nada. De
todos modos no hubiera podido ya que no sabía su idioma. El joven
había llegado a Alemania desde Medio Oriente unos meses atrás, pero
solo hacía quince días que le alquilaba una habitación de su casa.
Luego
de desayunar se retiró a continuar con sus estudios de alemán.
Antes de sentarse en el escritorio abrió las ventanas de par en par
para sentir el sol de la mañana. Allí fue cuando comprobó que en
la casa de enfrente también había una ventana abierta, y por ella
podía verse como el hombre al que estuvo vigilando las últimas dos
semanas se colocaba el sobretodo y el sombrero dispuesto a salir.
Pensó que había llegado el momento. Extrajo la Parabellum 9 mm que
escondía celosamente de la mirada de la casera dentro de su bolso de
mano, la guardó en el bolsillo interior del chaleco y salió
rápidamente a la calle.
Una
vez fuera de la casa buscó al hombre y lo vio alejándose por la
calle Charlotemberg. Tuvo que correr para alcanzarlo y cuando estaba
a poca distancia redujo la velocidad de sus pasos. En ese momento
extrajo la pistola y apuntando a la cabeza, disparó. La explosión
interrumpió el silencio de aquella mañana.
Soghomón
vio como aquel hombre poderoso se desplomaba luego de que la bala le
atravesara el cuello. Habiendo comprobado que yacía en medio de un
mar de sangre, dejó que la pistola cayera de sus manos. Ya no la
necesitaba: la venganza estaba consumada. Trató de escapar por la
misma calle pero un grupo de transeúntes se arrojaron sobre él y
comenzaron a golpearlo.
- Él es extranjero y yo también – les gritó en su pobre alemán -, no hay ningún daño para Alemania.
Fue
lo único que alcanzó a decir antes de sucumbir a un nuevo desmayo.
II
Una
mañana de mayo de 1915 llegó la orden de deportación para los
armenios de Erzindjan, en la región oriental del Imperio Otomano.
Funcionarios municipales recorrían las casas de los miembros de la
comunidad para informar que por orden del gobierno imperial de
Constantinopla, todos los armenios serían llevados fuera del área
de combates debido a la cercanía de las tropas rusas. El telegrama
estaba firmado por el Ministro del Interior Talaat Pashá. Se les
deba media hora para juntar sus pertenencias antes de comenzar con el
traslado.
Cuando
la orden llegó al hogar de los Tehlirian, una familia de prósperos
comerciantes, el padre pidió que juntaran rápidamente sus
pertenencias más valiosas y las subieran al carro que atarían al
burro. En otros tiempos el carro había sido tirado por caballos,
pero estos habían sido confiscados para las necesidades de la
guerra. Soghomón tenía por entonces 18 años y vivía junto a sus
padres, dos hermanos y una hermana. No guardaba recuerdos de las
masacres armenias de finales del siglo pasado, pero por el miedo que
emanaba de la voz de su padre, sabía que algo malo podía llegar a
suceder.
Cuando
los gendarmes turcos –o acaso kurdos- llegaron a buscarlos, la
familia estaba lista. Habiendo cargado las escasas pertenencias que
cabían en el carro, fueron conducidos junto a otras familias a una
caravana que circulaba rumbo al sur. Hombres fuertemente armados la
custodiaban por ambos lados.
Al
caer la tarde los hicieron detener y comenzaron a requisarlos. Los
gendarmes confiscaban cuchillos de cocina y paraguas, y golpeaban a
sus propietarios acusándolos de estar escondiendo armas. Cuando
llegaron a la familia Tehlirian, uno de los gendarmes se acercó a la
hermana de Soghomón, de 15 años, y tomándola de un brazo le dijo:
- Eres una joven muy bella, ven con nosotros.
La
familia intentó impedir que se la llevaran, pero el resto de los
gendarmes le apuntaron con la bayoneta. Dos gendarmes la condujeron
hasta unos arbustos y comenzaron a violarla brutalmente.
- Quisiera estar ciega antes de ver esto – gritaba desconsoladamente su madre.
Los
gendarmes le ordenaron que hiciera silencio, pero la mujer continuó
reclamando por su hija. Ante esta negativa uno de los gendarmes
apuntó hacia ella y la derribó de un disparo. Después hicieron
fuego contra su marido. Inmediatamente se dio comienzo a la masacre.
Soghomón paralizado de temor y sin saber por dónde escapar, vio
como un hacha partía a la mitad la cabeza de su hermano mayor. El
menor intentó escapar pero fue asesinado de la misma forma. De
repente un fuerte golpe en la nuca le hizo perder el conocimiento.
III
Soghomón
despertó en el calabozo de una comisaría de Berlín. Tenía la
cabeza vendada y estaba dolorido en todo el cuerpo. Tardó unos
minutos en recordar cómo había llegado ahí. Las imágenes de la
masacre de su familia ocurrida seis años atrás se mezclaban con los
últimos acontecimientos.
Media
hora después vinieron dos oficiales a buscarlo y lo llevaron
esposado a la oficina del Consejo Jurídico del Tribunal. Junto al
funcionario que habría de tomarle declaración se encontraba Kevork
Kalusdian, un armenio propietario de la tienda en donde solía hacer
las compras. Este le estrechó la mano al tiempo que le decía:
- Yo seré tu traductor -, y le entregaba una bolsa de golosinas invitándole a servirse -. Este hombre va a tomarte declaración.
- ¿Le trae golosinas a un asesino?- quiso saber el consejero Schultze.
- Como asesino es un gran hombre – respondió el comerciante.
- ¿Aunque haya matado a sangre fría y por la espalda a un gobernante extranjero refugiado en este país?- insistió el funcionario.
- Muchos armenios sabíamos que el verdugo de nuestro pueblo se encontraba en Berlín –respondió-, pero solo este joven tuvo el valor de hacer justicia por nuestras familias masacradas. Yo perdí a mis padres en las matanzas de 1896. Disculpe si insisto en que es un gran hombre.
Los
tres tomaron asiento y el consejero Schultze comenzó a interrogar al
acusado a través del traductor. Soghomón Tehlirian se encontraba
muy fatigado y confundido como para dar explicaciones por lo que
respondió afirmativamente a todas las preguntas. Confesó haberse
trasladado a Berlín para atentar contra el ministro Talaat Pashá y
haber actuado con premeditación aquella mañana. Terminada la
declaración, el consejero y el acusado firmaron el acta. Quién se
negó a hacerlo fue el traductor.
- El joven se encuentra confundido y dolorido, por lo que no puede tomarse como válida esta declaración – argumentó.
- No nos corresponde a nosotros juzgar la veracidad del testimonio – respondió Schultze-. Eso es tarea del Tribunal.
- De todas formas no voy a avalarla con mi firma.
El
comerciante Kalusdian se puso de pie, estrechó fuertemente la mano
de Soghomón y le deseo buena suerte. A continuación se colocó el
sombrero y saludando formalmente a Schultze, se retiró del lugar.
Los
mismos oficiales llevaron a Soghomón nuevamente a su calabozo dando
por concluidos los trámites burocráticos del día.
IV
Lo
primero que sintió Soghomón al abrir los ojos fue un olor
penetrante y pestilente. Era el olor de la muerte, que no podría
sacarse de encima nunca más. Cuando miró a su alrededor vio a los
cadáveres de los miembros de su familia baleados, acuchillados y
mutilados. Junto a ellos, miles de cuerpos se amontonaban abandonados
en el desierto. Los gendarmes se habían ido dando a todos por
muertos. Pensó que no debía ser el único sobreviviente, pero no
halló a nadie más con vida.
La
cabeza le dolía en el lugar del golpe, y sentía hambre y sed. No
podía saber en ese momento que había pasado casi dos días
abandonado entre los cadáveres de sus familiares y vecinos. También
notó que tenía una herida punzante en el hombro y otra en la
rodilla.
Adolorido
caminó durante horas buscando un lugar donde refugiarse, hasta
divisar una vivienda rural. Golpeó insistentemente la puerta y fue
atendido por una amable anciana kurda que lo invitó a pasar. Le dijo
que podía quedarse hasta que se recuperara de sus heridas, pero que
luego debería partir porque el gobierno turco castigaba a los kurdos
que ayudaran a los armenios.
Unos
días después pasó una caravana kurda que se dirigía rumbo a
Persia. La anciana vistió a Soghomón con ropas kurdas y lo envió
con ellos. Antes de partir, abrazó a la anciana y le agradeció por
haberlo salvado a costa de arriesgar su propia vida. Ese gesto nunca
se borraría de su memoria.
Permaneció
alrededor de dos meses con la caravana kurda hasta que encontró a
dos armenios sobrevivientes de las deportaciones, y decidieron
continuar solos hasta Persia. No era seguro permanecer junto a los
kurdos sabiendo del castigo que pesaba sobre ellos si se negaban a
entregar a los armenios sobrevivientes. Pasaron varios días sin
comida, debiendo alimentarse con hierbas del campo. Uno de ellos
murió por comer hierbas venenosas. Soghomón y su compañero
continuaron camino hasta hallar una división del Ejército Ruso.
Como el otro sobreviviente hablaba inglés y francés –Soghomón
solo comprendía el armenio y el turco-, pudo entenderse con el
comandante que puso algunos hombres a su disposición para que los
condujeron a la frontera con el Imperio Persa.
Soghomón
llegó a Persia unos días después sin su compañero que había
decidido desviarse hasta Tiflis. Una vez allí se dirigió al
Consulado Armenio y solicitó ayuda. No era el primer sobreviviente
que llegaba al país, así que lo ubicaron junto al resto en una
Iglesia, donde le dieron alojamiento, comida y ropa para vestir. Con
ayuda de la Secretaría del Consulado pudo conseguir empleo en un
comercio, que le permitió solventar sus propios gastos, aliviando a
la Iglesia que seguía recibiendo refugiados. Un año y medio después
había ahorrado una pequeña cantidad de dinero y, como el Imperio
Otomano había sido derrotado en el Frente Este, pensó que era
momento de regresar a su pueblo.
Casi
dos años después de que debiera irse deportado con el resto de su
familia, Soghomón retornó a Erzindjan. Buscó la casa de sus
padres, pero no estaba preparado para lo que encontró: la vivienda
había sido saqueada completamente sin que quedara un solo mueble y
luego incendiada. No pudo soportar esa imagen y se desmayó en el
umbral de la puerta.
V
Siendo
las 9,30 de la mañana del 2 de junio de 1921 el presidente Lemberg
declaró abierta la Audiencia del Tribunal de Berlín.
- Señores testigos, señores del Jurado, peritos, fiscales y abogados defensores: hoy comienza el Juicio contra Soghomón Tehlirian, ciudadano turco de nacionalidad armenia, 24 años, protestante, acusado del homicidio del ex ministro turco Talaat Pashá el pasado 15 de marzo.
Tras
hacer algunas observaciones y cumplir ciertas formalidades, se pasó
al interrogatorio del acusado. Soghomón Tehlirian se encontraba
sentado junto a sus abogados defensores, los doctores Von Gordon,
Wertauer y Niemeyer, y un traductor dispuesto por el Tribunal. Las
primeras preguntas giraron en torno a su fecha de nacimiento, niveles
educativos alcanzados y composición familiar. A continuación el
interrogatorio se centró en las matanzas de las que había sido
sobreviviente. Soghomón debió revivir las terribles torturas y
muertes que había presenciado. La sala se inquietaba cada vez que
relataba las brutalidades cometidas por los gendarmes turcos y kurdos
que actuaban bajo órdenes del gobierno imperial en Constantinopla.
Así
continuó hasta el momento en que se desmayó al hallar destruido el
hogar de su familia.
- ¿Qué hizo al reaccionar? – quiso saber el presidente Lemberg.
- Busqué a otras familias armenias sobrevivientes de la masacre pensado que alguno de mis familiares podía estar con ellos –respondió-. Pero de los 20 mil armenios de Erzindjan solo sobrevivieron dos familias que abrazaron el Islam, y no había nadie de los míos. Entonces recordé que en la casa de mis padres había dinero enterrado y volví con la esperanza de que no hubiera sido hallado durante el saqueo. Afortunadamente encontré el cofre con 4800 liras turcos en monedas.
- ¿Qué hizo entonces?.
- Con el dinero partí a Tiflis y me anoté en una escuela armenia para estudiar ruso y francés.
- ¿Cuánto permaneció en Tiflis?.
- Alrededor de dos años.
- ¿Qué hizo a continuación?.
- La guerra había terminado así que decidí partir a Constantinopla.
VI
Soghomón
llegó a Constantinopla en febrero de 1919. Cargaba solo un pequeño
bolso de mano con algo de ropa, el dinero que había podido recuperar
de su familia y una pistola de fabricación militar Parabellum 9 mm
que había adquirido en una armería de Tiflis para defenderse en
caso de que volvieran las matanzas.
En
Constantinopla colocó clasificados en los diarios tratando de ubicar
a parientes que hubieran sobrevivido a las matanzas. En los dos meses
que estuvo en la capital no dejó de seguir las noticias tanto en
diarios turcos como en periódicos extranjeros publicados en ruso y
francés. El Imperio Otomano se desmembraba en pedazos como
consecuencia de la derrota militar y los principales responsables del
gobierno del Partido de los Jóvenes Turcos fueron llevados a juicio.
Entre ellos Talaat Pashá, el responsable de las deportaciones en las
que murió su familia.
De
Constantinopla continuó hasta Serbia y luego a Salónica, donde
ubicó a parientes lejanos que habían sobrevivido a las
deportaciones. Estos le brindaron alojamiento y atención, ya que los
desmayos se habían vuelto cada vez más frecuentes y eran
acompañados por sudoración, temblores e imágenes de las masacres.
Durante ese tiempo intentó estudiar, pero su estado de salud se lo
impedía.
Cuando
estuvo en mejor estado decidió continuar su viaje, y uno de sus
familiares le recomendó que se instalara en Alemania en donde podría
estudiar Mecánica, una profesión que tenía grandes posibilidades
de desarrollarse en la recién fundada República Democrática de
Armenia. A Soghomón le gustó la idea ya que además de continuar
con sus estudios que había debido abandonar luego de egresar con
honores de la escuela, podría contribuir al crecimiento y desarrollo
de su país.
Su
primer destino fue Fracia, ya que los familiares hicieron contacto
con amigos armenios residentes en el país. Soghomón llegó a Paris
a comienzos de 1920, y permaneció varios meses perfeccionando su
idioma mientras buscaba la forma de ingresar a Alemania. La guerra
mundial había tensionado aún más las relaciones entre ambos países
y se hacía difícil ingresar a Alemania desde Francia. La solución
llegó cuando un armenio de nacionalidad suiza le ofreció nombrarlo
administrador de una propiedad que tenía en ese país. Pasó un
tiempo en Zurich y con visa del Consulado Suizo, pudo ingresar a
Berlín a fin de año, con una residencia de ocho días que fue
extendida al declarar su interés de estudiar en el país.
La
Embajada de Armenia en Berlín le prestó todo el apoyo necesario
para poder instalarse en la capital alemana. El secretario de la
institución Iervant Apelian le sirvió de traductor y garante cuando
fue a alquilar una habitación en la casa de la Sra. Stillbaum, en la
calle Ausburger. Casi inmediatamente comenzó a estudiar alemán con
una profesora particular, como paso previo para continuar con sus
estudios de Mecánica.
También
comenzó a frecuentar a otros miembros de la colectividad armenia y
trabó amistad con Apelian, quién lo alentó a tomar clases de
baile. Durante una de estas lecciones un armenio mencionó la edición
del Informe Lepsius sobre las masacres de 1915, a lo que Soghomón
reaccionó violentamente: “Deja, no abramos viejas heridas”. A
continuación comenzó a bailar con una joven alemana, pero en ese
momento sintió un mareo y se desvaneció como había ocurrido a
primera vez que vio saqueada y destruida la casa de su familia.
Desde
entonces los ataques nerviosos se volvieron más frecuentes, y
acompañado de Apelian visitó los consultorios de los doctores
Kassirer y Haage, que recetaron un tratamiento a seguir. Con ayuda
profesional Soghomón comenzó a sentirse mejor y adelantar sus
estudios. Hasta el momento en que el destino lo pondría frente al
verdugo de su familia.
VII
- ¿Sabía usted que Talaat Pashá residía en Berlín cuando se mudó a la ciudad? – preguntó el presidente Lemberg.
- No, señor Presidente – respondió Soghomón a través de su traductor -. Cuando estuve en Constantinopla supe que había sido juzgado junto con el resto del Comité Central de los Jóvenes Turcos y condenado a muerte. Pero en Salónica me enteré que solo uno de ellos, Djemal Pashá, había muerto en la horca ya que el Primer Ministro anuló las sentencias. Mis familiares seguían la noticia del juicio a los asesinos de nuestro pueblo, y en Salónica se decía que Enver y Pashá se encontraban refugiados en el extranjero, pero sin conocer su ubicación.
- Pero, cuando se mudó de la calle Ausburger a la calle Harttenberg, ¿sabía que Talaat Pashá vivía enfrente?.
- Sí, lo había descubierto cinco semanas antes.
- ¿Dónde?
- Caminando por la calle vi a tres hombres que salían del Jardín Zoológico. Oí que hablaban en turco y a uno de ellos le deban el título de “Pashá” (*). Lo observé y me di cuenta de que era Talaat. Lo seguí hasta la entrada de un cine y ahí ví que los otros dos se despedían besándole la mano y diciéndole “Pashá”.
- ¿En ese momento tuvo la intención de matarlo? – preguntó inquisitivamente el presidente.
- No, me sentí muy mal, comencé a ver escenas de la masacre y temí un desmayo. Entonces me apresuré a llegar a la casa de la señora Stilbaum. Esa noche soñé que mi madre me decía “Tu viste que Talaat Pashá está aquí y permaneces indiferente ¡Ya no eres mi hijo!”.
- ¿Entonces decidió asesinarlo?
- Cuando veía a mi madre sentía que debía hacerlo, pero luego mejoraba y repudiaba la idea. Soy cristiano y el solo pensar en matar a alguien me generaba conflictos con mis creencias. Pero luego aparecía nuevamente mi madre y sabía que debía hacer justicia por mis compatriotas martirizados.
El
abogado von Gordon, su defensor, intervino en ese momento para
realizar una aclaración ante el jurado:
- Que conste en actas que el acusado no llegó a Alemania con la intención de ultimar a Talaat Pashá sino que la decisión fue tomada sin premeditación como consecuencia de su estado nervioso y las visiones de su madre.
El
presidente continuó con el interrogatorio:
- ¿Cuándo decidió mudarse de la casa de la señora Stillbaum?
- A principios de marzo, tres semanas después del encuentro con Talaat.
- ¿Cómo era la relación con ella?
- Muy buena, nunca tuve inconvenientes. Cuando manifesté mi intención de mudarme quiso saber los motivos y respondí que por prescripción médica debía trasladarme a una casa con luz eléctrica ya que la iluminación a base de gas que utilizaba afectaba mi estado de salud. Previamente había hecho averiguaciones sobre el lugar de residencia de Talaat y tuve la fortuna de encontrar una habitación que se alquilaba en la vivienda de enfrente.
- ¿Alguien lo acompañó a realizar el alquiler?
- Sí, fue nuevamente el señor Apelian.
- ¿Él sabía de los motivos del cambio de residencia?
- No, también le dije que era por mi estado de salud.
- ¿De dónde obtenía el dinero para el alquiler y el resto de sus gastos?
- Del dinero que había ahorrado mi familia.
El
abogado von Gordon intervino para aclarar que una lira turca
equivalía a veinte marcos alemanes.
- ¿Cuándo se instaló definitivamente? – volvió a preguntar Lemberg.
- El 5 de marzo. A pesar de estar enfrente a la casa del asesino de mi familia, traté de continuar mis estudios y no pensar en la venganza. Pero entonces aparecía la imagen de mi madre y me recriminaba mi pasividad.
- Así llegó al 15 de marzo. ¿Había planificado el atentado para ese día?
- No, pero cuando lo vi en la ventana preparándose para salir supe que debía hacerlo para acallar las voces que me atormentaban.
Cuando
el traductor pronunció estas últimas palabras, la sala, que había
permanecido silenciosa durante el testimonio, comenzó a murmurar.
Los miembros del Jurado se intercambiaban miradas y realizaban
algunos comentarios. El presidente pidió silencio.
El
interrogatorio continuó con detalles menores sobre la forma en que
se había producido el disparo, el arresto y la primera declaración.
Los fiscales también hicieron preguntas y los abogados defensores
pidieron dejar descansar al acusado que había debido revivir muchas
situaciones traumáticas durante toda la mañana. El presidente dio
lugar al pedido y concedió un receso.
La
Audiencia retomó una hora después. El presidente, el fiscal y los
defensores interrogaron a testigos del hecho, a un especialista en
armas que brindó información sobre la pistola que portaba Soghomón,
al Comisario que estuvo a cargo de su ingreso a la dependencia
policial y los médicos que realizaron la autopsia al cadáver de
Talaat Pashá. Todos los testimonios eran cuidadosamente informados a
través del traductor a Soghomón Tehlirian, que escuchaba
pacientemente sin dar muestras de mayor entusiasmo.
Por
la tarde hablaron los miembros de la comunidad armenia, entre los que
estaba el secretario de la Embajada Iervant Apelian y el comerciante
Kalusdian, que declararon conocer al testigo pero no estar al tanto
de que supiera del paradero de Talaat Pashá, ni que tuviera
intenciones de atentar contra él. Apelian dio cuenta de su estado de
salud, destacando la vez que se desmayó en el salón de baile y
debió llevarlo al hospital, así como las veces que lo acompañó al
consultorio médico. Kalusdian volvió a manifestar su admiración
por el acto heroico cometido, y reiteró los motivos de su negativa a
firmar la declaración tomada el día del hecho. Los abogados
defensores pidieron en base a esto que la declaración fuera anulada.
El Tribunal dio lugar al pedido, ante la recriminación del fiscal
Kolnik y el consejero Schultze.
Sus
caseras, las señoras Stillbaum y Tiedman, también declararon
favorablemente, diciendo que el joven era una persona noble, modesta,
tranquila y aseada. El presidente pidió al traductor que informara
que las últimas declaraciones fueron favorables al acusado.
A
continuación hizo uso de la palabra el pastor Lepsius, autor del
Informe
secreto sobre las masacres armenias,
en donde confirmaba la veracidad de los testimonios de Soghomón
sobre las deportaciones y masacres. También relató la complicidad
de las tropas alemanas apostadas en la Península de Anatolia,
poniendo en duda la autoridad de un tribunal alemán para condenar a
quién fue una víctima de un genocidio en el que el país había
tenido responsabilidad al no actuar para evitarlo. El general Liman
von Sanders le respondió a Lepsius señalando que sus acciones
salvaron a miles de armenios en Adrianópolis. Sin embargo esto fue
tomado como una acción personal que no fue representativa de las
fuerzas alemanas.
Luego
fue el turno de Crisdine Terzibazhian, esposa de un comerciante
armenio de Berlín y sobreviviente de las deportaciones de Garín,
cerca de Erzindjan. A través de un traductor relató su dolorosa
historia.
- Nuestra familia se componía de veintiún miembros –comenzó-. Solo sobrevivieron tres a las deportaciones. ¡Vi con mis propios ojos como los mataban a todos! –relató con lágrimas en los ojos-. A los más jóvenes los ataban de a dos y los arrojaban al río para que murieran ahogados. Gendarmes y policías turcos tomaban a las mujeres más bellas y las violaban a la vista de todos. A las mujeres embarazadas las reventaban el vientre a culatazos y les extraían el feto a cuchilladas.
La
sala comenzó a murmurar y Crisdine, mirándolos, les dijo:
- ¡Lo afirmo bajo juramente!
- ¿Cómo sobrevivió usted? – le dijo el presidente.
- Intentaron violarme pero no pudieron separarme de mi hijo. Entonces tomaron a la mujer de mi hermano y nosotros pudimos escapar y ponernos a resguardo en una carpa mientras la violaban. De allí nos llevaron a un campamento de prisioneros. Pasamos hambre y sed hasta que las deportaciones terminaron y pudimos escapar.
- ¿A quién le atribuía la comunidad armenia la responsabilidad de estas deportaciones? – quiso saber el presidente.
- Todos los telegramas que nos leían llevaban la firma del Consejo de Ministros – respondió Crisidine-, entre ellos estaba Talaat Pashá.
El
abogado von Gordon hizo uso de la palabra para señalar que el
testimonio de la testigo y del perito Lepsius daban cuenta de la
veracidad de las declaraciones de su defendido en torno a las
masacres, por lo que deberían tenerse en cuenta como atenuantes a la
hora de dictar la sentencia.
El
último testimonio había dejado gran inquietud entre los presentes y
debió esperarse unos minutos antes de que pudieran continuar las
declaraciones.
VIII
- “Vaterland” – pronunció lentamente la profesora Beilnsohn.
Soghomón
no repitió. Había sido un estudiante muy aplicado cuando comenzaron
las lecciones, pero en los últimos días se encontraba distraído.
No podía leer correctamente y no comprendía lo que había escrito
hacía apenas unos momentos. Ella atribuyó esa falta de interés a
los efectos de la medicación que consumía para tratar sus ataques
nerviosos. No podía saber que el motivo de su estado era el
encuentro que había tenido unos días antes a la salida del Jardín
Zoológico.
- “Vaterland” – volvió a repetir la profesora, antes de traducir el significado de la palabra al francés, la lengua neutral que usaban para comunicarse:- “Patria”.
Soghomón
repitió lentamente esa palabra pensando en los dos conceptos que la
componían: “Vater” (padre) y “land” (tierra).
- Yo no tengo patria – le dijo a la profesora Beilnsohn, y luego continuó en armenio sin que ella pudiera entenderlo: - la he perdido cuando mi madre me desterró de la familia por no hacer justicia ante su muerte.
Ya
no tenía patria, pero sabía que debía hacer para recuperarla.
IX
El
doctor Kassirer acababa de dar cuenta de las dos revisaciones a la
que había sometido al joven Soghomón Tehlirian, así como el
tratamiento prescripto, y esperaba las preguntas de la defensa.
- ¿Existen dudas fundadas de que el acusado haya actuado de manera conciente y con libre albedrío? – quiso saber el defensor Wertauer.
- Para mí no existen dudas de que el libre albedrío no estaba totalmente ausente – respondió Kassirer.
- ¿Entonces piensa que el acusado actuó con libre albedrío?
- Eso es algo que solo se puede suponer, pero clínicamente sostengo que existió libre albedrío.
A
continuación la defensa hizo pasar al doctor Edmundo Vorster,
especialista en enfermedades nerviosas de la Universidad de Berlín.
-
Es necesario hacer algunas aclaraciones respecto a la opinión de mi
colega Kassirer –dijo el especialista-. El acusado mató a quién
consideraba el asesino de su familia. ¿Actuaría de la misma forma
un hombre normal? No necesariamente, pero el acusado es un enfermo
psíquico que sufre alucinaciones emotivas. Los temblores, la fiebre,
las pesadillas, son síntomas de la tensión nerviosa que padece con
motivo del horror vivido en su tierra natal. Por ello concluyo que
enfrentamos un caso patológico denominado “el ideal supremo”, en
donde una idea obsesiva, en este caso la aparición de su madre, lo
insta a una acción que considera desagradable. “No soy un asesino,
pero lo dijo mi madre y debo hacerlo”, fueron sus palabras. Y en
verdad no es un asesino, sino que actuó bajo la presión del “ideal
supremo”. Por eso recomiendo al jurado que se aplique el artículo
51° del Código Penal que considera que el libre albedrío se
encontraba totalmente ausente.
Los
miembros de la comunidad armenia presentes en el juicio para apoyar a
Soghomón Tehlirian aplaudieron el testimonio de Vorster. El defensor
von Gordon preguntó al especialista:
- ¿Es posible que tenga futuras crisis alucinatorias?
- No lo creo –respondió-, porque el ideal supremo se ha diluido al cumplirse su objetivo, así que no es probable que vuelva a aparecer.
A
continuación hizo uso de la palabra el doctor Haage, quien atendió
a Soghomón durante algunas de sus crisis. Dio un breve discurso que
culminó con la siguiente expresión:
-
¿El libre albedrío se encontraba totalmente ausente al momento de
cometerse el crimen?. Yo respondo afirmativamente.
Nuevamente
un aplauso irrumpió el salón. El presidente llamó a las partes a
renunciar a presentar más evidencia, lo que fue acordado. Siendo ya
horas de la tarde, la sesión se levantó hasta el día siguiente.
X
Las
lecciones habían sido interrumpidas. Soghomón informó a la
profesora Beilnsohn que retornaría cuando mejorara su salud. Ella
le deseó suerte y le prometió que estaría disponible cuando
decidiera volver a sus clases.
Las
noches eran espantosas. A la fiebre que comenzaba a poco de dormirse
le seguían horribles pesadillas en donde rememoraba la masacre de su
familia, y su madre aparecía una y otra vez para recriminarle su
indiferencia ante el asesino que vivía en la casa de enfrente. Allí
despertaba con sudor y temblores. Por momentos sentía que se quedaba
sin aire y debía relajarse para poder respirar correctamente. Muchas
veces pensó en despertar a la señora Tiedman para pedirle ayuda,
pero desistió ante la idea de que ella no sabría qué hacer y
porque el idioma sería un inconveniente a la hora de hacerse
entender.
Durante
el día pasaba horas sentado en el escritorio junto a la ventana
mirando la casa de enfrente, tratando de investigar los movimientos
de Talaat Pashá. Pero por lo general las ventanas permanecían
cerradas, y en el tiempo que llevaba vigilando no había podido
observar ni una sola vez al infame ministro turco.
El
14 de marzo decidió desistir de la vigilancia. Se dijo a si mismo
que esa noche trataría de dormir y que al día siguiente retornaría
tranquilamente sus lecciones. Pensó que la forma de honrar a su
familia sería estudiando para contribuir al progreso de su pueblo en
lugar de dar muerte a un hombre.
Con
la esperanza de que los ataques cesaran y las recriminaciones de su
madre desaparecieran, se fue a dormir. Pero esa noche sería como las
anteriores, y a la mañana siguiente una visión en la ventana le
haría olvidar la decisión tomada.
XI
La
mañana del 3 de junio de 1921 el presidente Lemberg declaró abierta
la Audiencia:
-
El día de hoy hemos de cerrar el proceso iniciado ayer- dijo-. Están
presentes todas las personas imprescindibles para arribar al fallo
por lo que daré lectura a las preguntas que he preparado. En primer
lugar “¿Es culpable el acusado Soghomón Tehlirian de haber matado
a Talaat Pashá el 15 de marzo de 1921 en Charlotemburg?”. Esta
pregunta se refiere a un homicidio sin premeditación. En caso de
responderla afirmativamente, deberá el Jurado resolver acerca de la
segunda “¿el acusado cometió homicidio con premeditación?. Si la
primera se respondió positiva y la segunda negativamente, se deberá
responder a la tercera: “¿existen atenuantes?”. A continuación
se dará la palabra a las partes.
Soghomón
se encontraba sentado con el traductor sobre el lado izquierdo y los
abogados defensores a la derecha. El traductor trataba de no dejar
ninguna palabra sin doblar para el acusado. Sin embargo este no se
mostraba interesado por los detalles del caso. Su mente estaba en
paz. Nadie podía arrebatarle el convencimiento de haber actuado
correctamente ante el responsable de la masacre de su pueblo. Lo que
pudiera pasarle ahora, incluso entregar su cabeza al verdugo, no le
importaba.
-
Señores del Jurado -comenzó su alegato el fiscal Kolnik-, no es el
aspecto jurídico de este hecho lo que le da a este caso su tono
particular, sino las miradas del mundo que se concentran en esta
sala. Independiente de los motivos psicológicos que haya esgrimido
la defensa, aquí se ha acabado con la vida de un hijo del pueblo,
que como tal condujo los destinos de su patria siendo un fiel aliado
del pueblo y la nación alemana.
Algunos
presentes en la sala comenzaron a repudiar con silbidos y gritos el
comienzo de la declaración del fiscal. Este no se inmuto ni pidió
silencio a la audiencia.
-
El señor Tehlirian -continuó el fiscal cuando algunas personas
seguían haciendo notar su desagrado – asesinó a una persona con
premeditación y nos hizo notar en este mismo juicio que se sentía
orgulloso de su accionar. No es necesario recordar que matar a un
hombre es condenable por la ley alemana, aunque sea este un
extranjero. Su justificación de que ambos eran extranjeros carece de
fundamento jurídico. Soghomón Tehlirian actuó movido por el odio y
el fanatismo político de muchos armenios que creen que Talaat Pashá
fue el asesino de sus familias. Pero mucha gente que he consultado,
entre ellos el general Liman von Sanders que declaró el día de
ayer, están convencidos que el gobierno de Constantinopla no sabía
nada de las consecuencias de las deportaciones, producto de la mala
interpretación de las órdenes por parte de los gendarmes.
El
presidente pidió al fiscal que no se extendiera sobre esos temas que
ya habían sido debidamente discutidos. Por ello decidió terminar su
alegato señalando:
-
Que al acusado actuó con premeditación se desliga de su propio
testimonio. Además basta mirarlo -dijo señalandolo-, para ver que
no es un hombre exaltado o extrovertido, sino introvertido, tranquilo
y triste. Por ende solo puede cometer un homicidio tras una larga
planificación, que acaso comenzó muchos años atrás en Oriente.
Sus alucinaciones no son suficientes para demostrar que no actuaba
bajo libre albedrío y aplicar el artículo 51º. Señores del
Jurado: el saber que la sentencia por homicidio planificado es la
pena de muerte no debe hacerlos recular a la hora de dar el
veredicto. Nuestra Carta Fundamental fija la instancia del indulto
presidencial para un acusado. Pero el declararlo culpable es un favor
que podemos hacer por ese gran patriota y amigo del pueblo alemán
que fue Talaat Pashá.
El
presidente pidió al traductor que informara al acusado que el fiscal
había solicitado la pena máxima, pero abriendo la posibilidad de un
indulto presidencial. Esto no lo inmutó.
El
siguiente alegato fue del defensor von Gordon:
-
Veo que el fiscal Kolnik también actuó como un defensor -dijo-,
pero de Talaat Pashá a quién llamó amigo del pueblo y la nación
alemana. Esto debe ser motivo de repudio permanente, ya que la
República de Weimar, instalada luego de nuestra reciente revolución,
no honra los pactos realizados por el gobierno imperial del Kaiser
William con regímenes despóticos y tiránicos. Tenemos suficiente
evidencia para probar la responsabilidad del gobierno de los Jóvenes
Turcos en la masacre armenia: deportaciones, violaciones, torturas y
asesinatos. Nada se escapaba del ojo de los jerarcas de
Constantinopla. Respecto al acusado debo decir que no fue el
fanatismo y el odio como señala el fiscal Kolnik, lo que lo trajo a
Alemania sino el afán de continuar sus estudios para ayudar a su
pueblo. Recordemos que fue un alumno brillante en el colegio. Apelian
y otros testigos declaran que era un hombre triste, pero que no lo
movía el odio. Fue la aparición de su madre y aquella visión en la
ventana lo que lo llevó a actuar esa mañana. El poseer un arma no
es signo de que fuera un terrorista, sino del temor que sentía
porque volvieran las masacres. Recordemos que la compró en Tiflis
cuando la guerra y las deportaciones aún no habían terminado.
Continuó
dando detalles de su enfermedad, y destacó que el hecho de haber
dejado caer el arma no significaba deshacerse de la evidencia sino
dar por concluido el deber que tenía con su pueblo. Recordó como el
Dr. Vorster declaró que ya no era un peligro por haberse diluido el
“ideal supremo”.
-
Señores el Jurado -concluyó-, sería lamentable que un tribunal
alemán se uniese a las voces que piden seguir condenando a este
joven que ya pasó las más terribles pruebas. Que este concepto
quede grabado profundamente en sus corazones, a fin de que puedan
actuar de acuerdo a su conciencia.
El
defensor Wertauer, tras una introducción, señaló los motivos por
los que no deberían condenarse al joven Soghomón Tehlirian:
-
En primer lugar -comenzó Wertauer- debe tenerse en cuenta los
testimonios de los partes médicos, ya que dos de ellos destacaron
que su desequilibrio psíquico nos puede llevar a conjeturar que el
libre albedrio no estaba presente al momento del homicidio. Además
el joven había padecido tifus en su juventud con las consecuencias
que eso provoca en la conciencia, y que el día del hecho había
bebido cognac para aliviar su dolencia estomacal cuando no estaba
acostumbrado a la bebida. En segundo lugar, hay que tener en cuenta
que desde marzo de 1921 las Repúblicas de Turquía y Armenia,
surgidas del desmembramiento del Imperio Otomano, se hallan en
guerra, por lo que ambos deben ser vistos como contendientes enemigos
de un conflicto armado. A la frase “Yo soy extranjero y el
también”, debería haber agregado “Estamos en guerra, esto no
incumbe a Alemania”. En tercero es necesario recordar que Talaat
Pashá había sido previamente condenado a muerte por un tribunal
militar. No soy partidario de los tribunales especiales ni de la pena
capital, pero hay que reconocer que el proceso fue prolijo,
presentándose toda la evidencia y no dando lugar a dudas en torno a
su culpabilidad en las masacres armenias. El acusado no hizo más que
cumplir la sentencia que su víctima estaba evadiendo. Por último
debo decir que actuó en actitud defensiva. Sabemos de la alianza
entre los Jóvenes Turcos y los Bolcheviques. Si Talaat Pashá huía
a Rusia como hizo Enver, se unirían a las fuerzas que hostigan la
República Democrática de Armenia. Con su disparo, Soghomón
Tehlirian salvó la vida de mujeres, hombres y niños que hubieran
caído bajo las garras del verdugo.
El
impecable testimonio del defensor provocó el aplauso de los miembros
de la colectividad armenia. El presidente pidió que le tradujeran al
acusado que el defensor solicitó su absolución, a lo que respondió
con un gesto de agradecimiento.
-
Antes de pasar a la votación del jurado -dijo el presidente
Lemberg-, escucharemos un último alegato del profesor Niemeyer de la
Universidad de Kiel.
La
exposición de Niemeyer estuvo centrada en enmarcar las masacres de
1915 en un contexto histórico que comenzó en 1878 cuando el
Congreso de Berlín decretó la partición de Armenia, dejando a los
pobladores de la parte occidental como súbditos del Imperio Otomano.
En base a esto señaló que el Tribunal Alemán tiene una
responsabilidad moral para compensar de alguna forma a quién fue una
víctima de estas políticas coloniales.
-
Para finalizar repetiré un concepto del defensor con Gordon –
expresó Niemeyer-. Ustedes no pueden condenar a Tehlirian. El actuó
como debía actuar e hizo lo que debía hacer. Quizá consideren que
el impulso que lo guiaba era más diabólico que moral, pero deben
poder enmarcarlo en la correlación de hechos que se sucedieron.
Deben pensar el resultado que dará el veredicto -dijo mirando a los
miembros del jurado-, no desde el punto de vista político actual,
sino el resultado que arrojará en cuanto a la suprema justicia y en
cuanto a los valores que vivimos que hacen que la vida sea digna de
ser vivida.
Las
réplicas posteriores del fiscal no estuvieron a la altura de los
argumentos de los defensores.
-
Les ruego que se aboquen a su misión -les dijo el presidente al
jurado cuando terminaron los alegatos-, y contesten las preguntas que
formulamos al comienzo. Para declararlo culpable se requieren dos
tercios del Jurado. Tienen una hora para deliberar.
El
jurado se retiró y la sala comenzó a desocuparse.
XII
Soghomón
Tehlirian no caminaba solo esa mañana por la calle Charlotemberg. Lo
acompañaban un millón y medio de compatriotas deportados,
torturados, violados, mutilados, ahogados, quemados vivos o
asfixiados con humo en pozos y cavernas. Cuando levantó la pistola
apuntando a la cabeza de Talaat Pashá se le vinieron nuevamente las
brutales escenas de la masacre de su familia. Vio a su hermana,
apenas una niña, violada y torturada por gendarmes turcos. Vio a su
madre y su padre caer fusilados. Vio nuevamente como un hacha partía
la cabeza de sus hermanos. Y sintió ese olor penetrante y pestilente
de la muerte que lo acompañaría por el resto de su vida.
Quiso
gritarle al asesino para que girara y viera con sus propios ojos como
una de sus víctimas hacía justicia. Pero no se merecía la dignidad
de morir de frente.
La
bala le atravesó el cuello destrozando las arterias, la carne, los
nervios. La sangre derramada a borbotones salpicaba su ropa y el
suelo en donde se desplomó ese cuerpo infame sin vida.
Ahora
sus víctimas tendrían algo de paz.
XIII
Otto
Reincke, presidente del jurado, leyó el veredicto:
-
Declaro con honor y justicia la resolución de los Jurados. ¿Es
culpable Soghomón Tehlirian por haber matado a Talaat Pashá en
forma premeditada en la calle Charlotemburg en 15 de marzo de 1921? -
Un silencio conmovió la sala -. ¡No! - expresó enérgicamente.
Un
aplauso resonó en el tribunal. Los miembros de la comunidad armenia
se abrazaban entre sí, y otras personas adherentes a la causa los
felicitaban y se unían a la celebración. Soghomón se abrazó con
sus defensores y con el traductor.
El
fiscal Kolnik se retiró de la sala en medio de los insultos de
quienes lo acusaban de simpatizar con el régimen asesino turco.
El
presidente pidió silencio para dar por finalizada la audiencia.
-
Firmo la resolución y ordeno la libertad del acusado por cuenta y
cargo del Tesoro del Estado de acuerdo a lo resuelto por el jurado.
Se deja sin efecto inmediatamente la orden de detención. Se levanta
la sesión.
Una
hora después del fallo, Soghomón Tehlirian bajaba los escalones del
Tribunal de Berlín como un hombre libre. Iervant Apelian, Kevork
Kalusdian, Crisdine Terzibashian y otras personas de la colectividad
armenia lo esperaban como a un héroe. Los abrazó y, por primera
vez, lloró.
Lloró
por su familia asesinada, lloró por la deportación de su pueblo,
lloró por tanta muerte injusta e impune ante los ojos de un mundo
que miraba para otro lado. Y lloró también de alegría porque
sentía que comenzaba a recuperar algo de lo perdido.
“Yo
no tengo patria”, le había dicho a la profesora Beilnsohn. Ahora
la tenía.
Cipolletti,
29/30 de enero de 2014.
(*)
El título de “Pashá” se
aplicaba durante el Imperio Otomano para funcionarios que desempeñan
altos cargos políticos o militares. Es similar al “Sir”
británico.
Aclaración:
El
presente relato, aunque inspirado en hechos verídicos, constituyen
una versión ficcionalizada de los mismos por lo que no debe tomarse
como un texto histórico. Sobre el juicio a Soghomón Tehlirian se
puede consultar: Autores
Varios;
Un
proceso histórico: absolución del ejecutor del genocida turco
Talaat Pashá,
Buenos Aires, EDIAR, Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, 2012.
Agradecimiento:
A
Julieta Ojunian, por proveerme de información para la realización
de este relato.
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