13/11/14

Los 60 que debieron ser, los 100 que vendrán.

Gonzalo Perera, Dr. en Matemática, Profesor Titular de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República, Periodista independiente con actuación en varios medios de prensa y radio de Uruguay.

Despunta setiembre del 2014. Un mes que en nuestras latitudes trae la primavera, con sus consabidas imágenes de renacimiento, luz y colorido. Un mes que apenas unos días antes de la llegada de las flores y las poesías de ocasión, más precisamente el 15 de setiembre, significará para este escriba acreditar un año más a la cuenta de la vida, circunstancia normalmente festiva y que siempre se asocia a momentos compartidos con la familia, con los amigos, con los afectos en general.

Este 15 de setiembre, Hrant Dink debió haber cumplido 60 años. En un mundo un poco más humano, un poco más justo, un poco menos cruel, arbitrario, oscuro y aberrante, Hrant Dink, ejemplar periodista de ciudadanía turca y origen armenio, debería estar celebrando la vida.

Pero Dink nunca pudo celebrar más de 53 años. El 19 de enero del 2007, en Estambul, a la salida de su semanario Agos, desde donde pregonaba en turco y en armenio por la construcción colectiva de la verdad histórica, fue asesinado a balazos. Amenazado reiteradamente por los grupos ultranacionalistas turcos, desprotegido y acosado por las autoridades estatales, Dink cometía un delito intolerable en la Turquía de nuestros tiempos: decir la pura y cruda verdad.

El artículo 301 del código penal turco ha sido usado para castigar severamente cualquier referencia al genocidio armenio, es decir el proceso de matanza selectiva, sistemática, deliberada y con fines de exterminio, que tuviera lugar en el Imperio Otomano primero y en la República de Turquía después, en un proceso que regó sangre por el primer cuarto del siglo veinte. Un genocidio con todas las letras, que segó aproximadamente un millón y medio de vidas absolutamente inocentes de cualquier culpa y jamás juzgadas o consideradas como seres humanos objetos y sujetos de derechos. Genocidio ferozmente negado por Turquía hasta nuestros días y reconocido por aún pocos países, dentro de los cuales cabe señalar que el primero en hacerlo fue justamente el nuestro: Uruguay.

Sin embargo el ocultamiento de la matanza salvaje de millón y medio de mujeres, niños, ancianos, hombres de toda edad, que generó tantos apropiamientos indebidos, tantas tierras usurpadas, tanto trabajo acumulado que se robó de manera cobarde y rapaz, tanta cultura que se intentó acallar, prosigue de manera militante bajo la bandera de Turquía. Justamente, entre otras “razones”, porque bajo el manto de la sangre del genocidio prosperaron no pocas riquezas y demasiados odios infames, a la verdad histórica no solo se la niega: no se le permite expresión. Quienes ocuparon bienes que les eran ajenos, tierras que no eran suyas, lugares usurpados, y quienes descienden de ello, han optado por anestesiar los incómodos atisbos de conciencia de que fue sobre la base de un horrendo crimen que construyeron su progreso en la vida. El negacionismo histórico de un genocidio es una patología socia con base material, que se ha reiterado ya demasiadas veces en la Historia humana (razón por la cual debe combatirse con vehemencia) y de hecho, el énfasis negacionista es una suerte de admisión paradojal de mala conciencia y fuertes culpas celosamente tapiados bajos toneladas de excusas tontas e inverosímiles. La enfermedad negacionista corrompe la ética de toda sociedad donde se instala, deshumanizándola por completo. Es en tal contexto que debe entenderse que al Premio Nobel de Literatura truco Orhan Pamuk la sinceridad le haya costado el exilio, que a Hrant Dink le costara la vida y que siga costando persecuciones y vidas decir la verdad en Turquía, aún hoy.
Lleva el nombre de Hrant Dink un reconocido premio internacional a la labor periodística en defensa de los derechos humanos. Lleva el nombre de Hrant Dink una causa judical ejemplarmente llevada por delante su familia, que en instancias de apelación ha pasado de la torpe atribución de su asesinato a un acto individual y aislado a la admisión de la existencia de una conspiración subyacente, aunque aún no se haya admitido la naturaleza política y liberticida de dicha operación y su profunda raigambre dentro de los movimientos ultranacionalistas y paramilitares turcos.

Hrant Dink ha sido simbólicamente referido a menudo como la víctima un millón quinientos mil uno del genocidio armenio y su labor periodística ejemplar al servicio de la verdad, de la justicia, de la dignidad humana, le pone rostro a una lucha centenaria e inclaudicable de generaciones.

Bien dije “centenaria”. Si bien el genocidio armenio fue un largo proceso, se ha usado como fecha simbólica para referirlo en el tiempo el 24 de abril de 1915, pues en esa nefasta fecha el gobierno de “los jóvenes turcos” inició una de las etapas más salvajes y flagrantemente deliberadas del intento de exterminio, incluyendo el ataque a 250 intelectuales y referentes de la comunidad armenia, con una evidente intención de privarla de liderazgos.

Por ende, el próximoabril estaremos alcanzando los 100 años de esta- aún negada y aún en curso – mayúscula salvajada. En el Uruguay, como en todo el mundo, hay destacados integrantes de la comunidad de origen armenio. Todos ellos perdieron parte de su familia en el genocidio, y ellos mismos existen gracias a los diversos avatares que permitieron a algunos de sus ancestros escapar de la matanza. El genocidio armenio no es una cifra: son abuelos, bisabuelos, padres, hijos, hermanos, primos, asesinados cruelmente. Son caras, son nombres, son historias concretas, son seres humanos de carne y hueso como Ud. y como yo, que tenían un muy bien ganado derecho a vivir en paz. No debería haber ocurrido jamás semejante atrocidad. Pero ocurrió. Y sigue ocurriendo: por la negación y por las víctimas que caen por defender el valor de la verdad aún en nuestros tiempos, como Hrant Dink.

La verdad y la justicia son valores universales. El combate a todo genocidio es un compromiso con la Humanidad. Y el combate a todo genocidio comienza por sacarlo a la luz, ponerlo en evidencia, denunciarlo y condenarlo. El mundo entero necesita decirse a sí mismo la verdad de una buena vez. Porque Hrant Dink debió festejar este 15 de setiembre sus 60 años con su familia. Pero la crueldad liberticida y asesina le privó de ese derecho y privó a toda la Humanidad de un magnífico periodista y ser humano, cuya vida misma fue un culto al poder revulsivo e interpelante de la verdad.

Por tanta sangre, por tanto dolor, por tanta dignidad, por tanta paciencia y perseverancia, por tanta bendita terquedad, por tanto insistir una y otra vez contra una poderosa y peligrosa conspiración de silencio, generaciones de armenios han logrado que muchos que tenemos otros orígenes, entendamos el valor de la verdad, la justicia y de su defensa como bastiones civilizatorios fundamentales.

Ya que el próximo abril recordaremos una atrocidad que jamás debió ocurrir, gestemos entre todos los seres humanos de buena voluntad que al menos tanto sufrimiento y dignidad acumulados catalicen de una buena vez la masiva extensión del reconocimiento del genocidio armenio en el mundo.

Decir la verdad no cura las heridas ni repara las pérdidas indisimulables. Pero permite enfrentar la Historia y no su perversión, abre camino a la justicia y dignifica nuestra existencia.

Por los 60 años que Hrant merecía celebrar en vida en los próximos días, por los 100 años de lucha incesante por la verdad y la justicia que se avecinan: reconocimiento universal del genocidio armenio perpetrado por el Estado de Turquía y NUNCA MAS GENOCIDIOS en ningún punto de nuestro planeta.





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