Gonzalo Perera, Dr.
en Matemática, Profesor Titular de la Facultad de Ingeniería de la
Universidad de la República, Periodista independiente con actuación
en varios medios de prensa y radio de Uruguay.
Despunta setiembre del 2014. Un mes que
en nuestras latitudes trae la primavera, con sus consabidas imágenes
de renacimiento, luz y colorido. Un mes que apenas unos días antes
de la llegada de las flores y las poesías de ocasión, más
precisamente el 15 de setiembre, significará para este escriba
acreditar un año más a la cuenta de la vida, circunstancia
normalmente festiva y que siempre se asocia a momentos compartidos
con la familia, con los amigos, con los afectos en general.
Este 15 de setiembre, Hrant Dink debió
haber cumplido 60 años. En un mundo un poco más humano, un poco más
justo, un poco menos cruel, arbitrario, oscuro y aberrante, Hrant
Dink, ejemplar periodista de ciudadanía turca y origen armenio,
debería estar celebrando la vida.
Pero Dink nunca pudo celebrar más de
53 años. El 19 de enero del 2007, en Estambul, a la salida de su
semanario Agos, desde donde pregonaba en turco y en armenio por la
construcción colectiva de la verdad histórica, fue asesinado a
balazos. Amenazado reiteradamente por los grupos ultranacionalistas
turcos, desprotegido y acosado por las autoridades estatales, Dink
cometía un delito intolerable en la Turquía de nuestros tiempos:
decir la pura y cruda verdad.
El artículo 301 del código penal
turco ha sido usado para castigar severamente cualquier referencia al
genocidio armenio, es decir el proceso de matanza selectiva,
sistemática, deliberada y con fines de exterminio, que tuviera lugar
en el Imperio Otomano primero y en la República de Turquía después,
en un proceso que regó sangre por el primer cuarto del siglo
veinte. Un genocidio con todas las letras, que segó aproximadamente
un millón y medio de vidas absolutamente inocentes de cualquier
culpa y jamás juzgadas o consideradas como seres humanos objetos y
sujetos de derechos. Genocidio ferozmente negado por Turquía hasta
nuestros días y reconocido por aún pocos países, dentro de los
cuales cabe señalar que el primero en hacerlo fue justamente el
nuestro: Uruguay.
Sin embargo el ocultamiento de la
matanza salvaje de millón y medio de mujeres, niños, ancianos,
hombres de toda edad, que generó tantos apropiamientos indebidos,
tantas tierras usurpadas, tanto trabajo acumulado que se robó de
manera cobarde y rapaz, tanta cultura que se intentó acallar,
prosigue de manera militante bajo la bandera de Turquía. Justamente,
entre otras “razones”, porque bajo el manto de la sangre del
genocidio prosperaron no pocas riquezas y demasiados odios infames, a
la verdad histórica no solo se la niega: no se le permite
expresión. Quienes ocuparon bienes que les eran ajenos, tierras que
no eran suyas, lugares usurpados, y quienes descienden de ello, han
optado por anestesiar los incómodos atisbos de conciencia de que fue
sobre la base de un horrendo crimen que construyeron su progreso en
la vida. El negacionismo histórico de un genocidio es una patología
socia con base material, que se ha reiterado ya demasiadas veces en
la Historia humana (razón por la cual debe combatirse con
vehemencia) y de hecho, el énfasis negacionista es una suerte de
admisión paradojal de mala conciencia y fuertes culpas celosamente
tapiados bajos toneladas de excusas tontas e inverosímiles. La
enfermedad negacionista corrompe la ética de toda sociedad donde se
instala, deshumanizándola por completo. Es en tal contexto que debe
entenderse que al Premio Nobel de Literatura truco Orhan Pamuk la
sinceridad le haya costado el exilio, que a Hrant Dink le costara la
vida y que siga costando persecuciones y vidas decir la verdad en
Turquía, aún hoy.
Lleva el nombre de Hrant Dink un
reconocido premio internacional a la labor periodística en defensa
de los derechos humanos. Lleva el nombre de Hrant Dink una causa
judical ejemplarmente llevada por delante su familia, que en
instancias de apelación ha pasado de la torpe atribución de su
asesinato a un acto individual y aislado a la admisión de la
existencia de una conspiración subyacente, aunque aún no se haya
admitido la naturaleza política y liberticida de dicha operación y
su profunda raigambre dentro de los movimientos ultranacionalistas y
paramilitares turcos.
Hrant Dink ha sido simbólicamente
referido a menudo como la víctima un millón quinientos mil uno del
genocidio armenio y su labor periodística ejemplar al servicio de la
verdad, de la justicia, de la dignidad humana, le pone rostro a una
lucha centenaria e inclaudicable de generaciones.
Bien dije “centenaria”. Si bien el
genocidio armenio fue un largo proceso, se ha usado como fecha
simbólica para referirlo en el tiempo el 24 de abril de 1915, pues
en esa nefasta fecha el gobierno de “los jóvenes turcos” inició
una de las etapas más salvajes y flagrantemente deliberadas del
intento de exterminio, incluyendo el ataque a 250 intelectuales y
referentes de la comunidad armenia, con una evidente intención de
privarla de liderazgos.
Por ende, el próximoabril estaremos
alcanzando los 100 años de esta- aún negada y aún en curso –
mayúscula salvajada. En el Uruguay, como en todo el mundo, hay
destacados integrantes de la comunidad de origen armenio. Todos ellos
perdieron parte de su familia en el genocidio, y ellos mismos existen
gracias a los diversos avatares que permitieron a algunos de sus
ancestros escapar de la matanza. El genocidio armenio no es una
cifra: son abuelos, bisabuelos, padres, hijos, hermanos, primos,
asesinados cruelmente. Son caras, son nombres, son historias
concretas, son seres humanos de carne y hueso como Ud. y como yo, que
tenían un muy bien ganado derecho a vivir en paz. No debería haber
ocurrido jamás semejante atrocidad. Pero ocurrió. Y sigue
ocurriendo: por la negación y por las víctimas que caen por
defender el valor de la verdad aún en nuestros tiempos, como Hrant
Dink.
La verdad y la justicia son valores
universales. El combate a todo genocidio es un compromiso con la
Humanidad. Y el combate a todo genocidio comienza por sacarlo a la
luz, ponerlo en evidencia, denunciarlo y condenarlo. El mundo entero
necesita decirse a sí mismo la verdad de una buena vez. Porque Hrant
Dink debió festejar este 15 de setiembre sus 60 años con su
familia. Pero la crueldad liberticida y asesina le privó de ese
derecho y privó a toda la Humanidad de un magnífico periodista y
ser humano, cuya vida misma fue un culto al poder revulsivo e
interpelante de la verdad.
Por tanta sangre, por tanto dolor, por
tanta dignidad, por tanta paciencia y perseverancia, por tanta
bendita terquedad, por tanto insistir una y otra vez contra una
poderosa y peligrosa conspiración de silencio, generaciones de
armenios han logrado que muchos que tenemos otros orígenes,
entendamos el valor de la verdad, la justicia y de su defensa como
bastiones civilizatorios fundamentales.
Ya que el próximo abril recordaremos
una atrocidad que jamás debió ocurrir, gestemos entre todos los
seres humanos de buena voluntad que al menos tanto sufrimiento y
dignidad acumulados catalicen de una buena vez la masiva extensión
del reconocimiento del genocidio armenio en el mundo.
Decir la verdad no cura las heridas ni
repara las pérdidas indisimulables. Pero permite enfrentar la
Historia y no su perversión, abre camino a la justicia y dignifica
nuestra existencia.
Por los 60 años que Hrant merecía
celebrar en vida en los próximos días, por los 100 años de lucha
incesante por la verdad y la justicia que se avecinan: reconocimiento
universal del genocidio armenio perpetrado por el Estado de Turquía
y NUNCA MAS GENOCIDIOS en ningún punto de nuestro planeta.
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