Con Julio Valle-Castillo
ante el Ararat donde atracó el arca de Noé.
Fue en la URSS,
a dos horas y media de Moscú, en Aeroflot.
Al arribar al modernísimo aeropuerto
de la milenaria Armenia, miré
nevado sobre las nubes, como otra nube más
con su intangible arca
el Ararat.
Que enfureció a un zar
porque no se dejó ver ni una vez
cuando estuvo aquí.
Ya en la ciudad, sobre
los rectilíneos bloques de multifamiliares y hoteles,
nuevamente, nieve entre las nubes:
el Ararat.
Los ojos de la Virgen del santuario
iguales a los de la muchacha del museo.
Emparrados y rosales en la carretera
que iba bordeando el valle del Ararat
y en el auto comiendo las uvas de Noé
alargadas como dedos femeninos.
Una viejita encorvada en oscura cripta
me pide por señas fuego, y enciendo con mi chispero
su vela para la tumba de una santa muy remota.
Encorvada todavía más,
besa la orla del mantel del altar.
Como ciclópeas ánforas allá lejos,
la central atómica.
5 ánforas. Una humeando.
Sobre las cuales, muy alto en el cielo,
el Ararat.
Donde 10.000 soldados de Adriano se hicieron anacoretas.
Se ha dicho que en Armenia fue el Paraíso Terrenal.
Al menos el Tigris y el Éufrates están aquí…
(También leí una vez
que éstas son las mujeres más bellas de la tierra).
Frente al pequeño templo grecorromano
un peral de peras todavía tiernas
y bajo el peral
otra también con los ojos del icono:
ojazos negros con gruesas cejas juntas.
La producción principal son los instrumentos electrónicos
y el vino que bebió Jenofonte,
como lo cuenta en Anábasis,
y ahora es el famoso cognac de la URSS.
Su chile de comidas típicas
―como khorovats, kebab caucásico―
igual al jalapeño
¿Cuál procede de cuál?
El maíz naturalmente es de América.
Del cual hay un maizal hasta el horizonte, y en él
las torres de alta tensión de la central atómica.
Ojos grandes y pestañas largas y cejas espesas…
Y el albaricoque que es originario de aquí
y que Alejandro Magno… Pero son dos rostros de albaricoque
que recuerdo:
una anciana tenía dos nietas con caras de albaricoque,
y las tres contradecían al obrero de una fábrica de Moscú
que iracundo vociferaba que Dios no existe.
“¡O dejó masacrar dos millones de armenios!”
(ante el gigantesco memorial a los mártires armenios).
Tercié yo: “Es posible un Dios que no pueda todo”.
Se enardeció más.
Después el muchacho de la India, rapado,
que vino a estudiar sacerdocio aquí
¡a la URSS!
No es revolucionario, nos dijo, ni no revolucionario
porque en Calcuta no hay revolución.
(Siempre lista su sonrisa de novato seminarista).
Junto a inscripción cuneiforme
una fábrica de computadoras.
Arcaica
República Socialista Soviética.
Que el arca embancó aquí
es antiquísima tradición armenia.
EN DELFOS
Después de las ruinas y ya hambrientos
paramos a almorzar en un restaurante junto a la carretera.
Mesitas con mantel de papel
bajo los laureles.
Al lado un cordero entero asado a las brasas.
Nos trajeron lomo, hígado y tripas de cordero:
ensalada de tomate, cebolla, queso de cabra y
aceitunas moradas magulladas de tan maduras,
todo nadando en aceite de oliva;
un vino amarillo en una garrafa de vidrio
con resina de pino que le daba cierto sabor a tierra
y también pepsi-cola.
Enfrente de nuestras mesas el Parnaso,
un monte común y corriente pero partido en dos,
“los bíceps del Parnaso” que dijo Ovidio.
Y abajo hay una fuente común y corriente:
Castalia.
A Delfos se puede llegar ahora en autobús,
Un bus común y corriente con un letrero que dice Delfos.
Ernesto Cardenal Martínez (Granada, Nicaragua, 20 de enero de 1925) es un poeta, sacerdote, teólogo, escritor, traductor, escultor y revolucionario nicaragüense de fama mundial, ante todo, por su obra poética, que le ha merecido varios premios internacionales. Es reconocido como uno de los más destacados defensores de la teología de la liberación en América Latina.
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